Fuente: es.la-croix.com
La palabra conciencia aparece a menudo en la moral cristiana. «Yo tengo mi propia conciencia», «Tengo mala conciencia», «Tengo un caso de conciencia»… Expresiones que nos indican que la conciencia es lo que nos dice lo que está bien y lo que está mal. Pero ¿es así de sencillo? ¿Hasta dónde seguir la propia conciencia?
Sophie de Villeneuve: ¿Qué es la conciencia?
Sylvain Gasser, sacerdote asuncionista: La palabra conciencia proviene del latín, y significa «con ciencia», con una aportación exterior, una luz que se nos da. A menudo se habla de «conciencia esclarecida». El trabajo de la conciencia no está separado del mundo en el que vivo. La conciencia necesita alimentarse de las aportaciones del mundo exterior para permitir a la inteligencia del corazón, al trabajo del espíritu, a la razón, que emita una opinión, que juzgue y permita a otros que progresen y vivan juntos.
¿Es la conciencia lo que nos permite distinguir el bien del mal?
Nos permite emitir juicios de valor sobre los actos que hacemos o que hacen los otros, y que influyen en nuestras vidas. Si alguien decide votar una u otra ley, esto tendrá consecuencias sobre la vida de los otros. La conciencia trabaja en tres etapas, que se podrían relacionar con la parábola del hijo pródigo (Cf. Lc 15,18).
En primer lugar, la conciencia es testigo, reconoce lo que he hecho, como el hijo pródigo que, cuando se encuentra en el fondo del abismo, sabe que debe volver a la casa de su Padre. Dice: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti». Reconoce lo que ha hecho.
Después, la conciencia lleva a la acción. El hijo pródigo dice: «Ya no merezco llamarme hijo tuyo», reconoce las consecuencias de sus actos, sabe que debe emprender nuevos caminos.
Por último, la conciencia acusa o excusa. Lleva a emitir un juicio. «Trátame como a uno de tus jornaleros», dice el hijo pródigo. El padre actuará de otra manera, y se descubre entonces que es otro quien debe emitir un juicio sobre mis propios actos.
Entonces, el trabajo de la conciencia exige una reflexión importante…
Evidentemente. La conciencia no actúa bajo impulsos; es un trabajo que exige un momento de toma de distancia, un tiempo de aportaciones de conocimientos, un tiempo de comprensión de lo que sucede. Pero no siempre se tiene el tiempo necesario para encontrar una respuesta a lo que nos pasa. Tomemos el caso de los atentados de Charlie y del Bataclan. Después del atentado contra los periodistas de Charlie Hebdo, todo el mundo ha reaccionado, se ha manifestado, personas del mundo entero han venido a las calles de París. Once meses más tarde se asiste a una carnicería espantosa, que no provoca sino asombro y silencio. Nadie en la calle. Nos hemos dado cuenta de que todo el mundo podía verse afectado por esos atentados, y que no era suficiente esgrimir los valores de la libertad o de la República para actuar contra este mal endémico que descompone nuestras vidas personales y también nuestra vida colectiva. Era necesario un trabajo de discernimiento que dura hasta hoy para comprender lo que pasa. Hoy comprendemos que nuestros valores de paz o de libertad tienen un precio, que exigen un combate y medios para ese combate.
También tenemos casos personales de conciencia… Por ejemplo, algunos cristianos se preguntan si deben hacer siempre lo que dice el papa o la Iglesia. ¿Se puede en conciencia tomar otro camino? ¿Cómo discernir?
Es una cuestión importante que a veces se plantea en el curso de un proceso. Algunas personas no son conscientes del límite entre el bien y el mal, o no saben lo que es el mal. ¿Cómo condenarles, entonces, si no tienen conciencia de haber actuado mal? No comprenden el sentido de su condena. En el marco de la fe, la conciencia me lleva a reconocer cosas buenas y otras que no son conformes al bien que la Iglesia busca en nombre de Cristo. La conciencia cristiana lleva a buscar el bien común que se manifiesta en la palabra de Cristo, y al que nos conduce por su muerte y su resurrección. Debemos esclarecer nuestra conciencia a la luz de esta revelación y esta luz debe permitirnos poner un límite entre el bien y el mal, y emitir un juicio. Cuando tengo un caso de conciencia, ilumino mi conciencia a la luz del Evangelio.
Pero puede darse que en conciencia una persona pueda decidir, por su propio bien, actuar en contradicción con lo que dice la Iglesia, por ejemplo, divorciándose o decidiendo abortar…
Estas personas deben seguir su conciencia hasta el final. Si una mujer se ve obligada a abortar, cualesquiera que sean las razones, y si se ha preguntado en conciencia en relación con su ambiente o en relación a la complejidad de la situación en la que se encuentra, tomará su propia decisión. Pero también se trata de una cuestión colectiva: ¿cómo acompañamos a estas mujeres que se encuentran en necesidad, que sufren muchísimo, y que se encuentran obligadas a hacer algo que la moral desaprueba? Quizás estas personas no han tenido ni la luz ni el apoyo necesarios. Si considera que la situación en la cual usted se encuentra es sencilla, y no tiene en cuenta la complejidad del mundo, a menudo tendrá usted una respuesta simplista. Se puede decir que el aborto es un crimen, pero ¿qué decir ante la persona cuya situación es complicada y que tiene poco tiempo para tomar una decisión?
¿Hasta dónde seguir la propia conciencia?
Como cristiano, diría que hay que seguirla hasta la luz del Evangelio, hasta el final del trabajo de discernimiento, para comprender el bien que Cristo quiere de mí. Y yo no puedo hacer esto en lugar de otro. Puedo ayudarle, puedo acompañarle, darle elementos que le ayuden a responder, pero no puedo dictarle su decisión.
Entonces, en último lugar, es la persona quien debe decidir.
Sí, y por eso la Iglesia pone de relieve la libertad de conciencia. La conciencia se relaciona con la libertad.
¿A la Iglesia le importa esta libertad?
Sí. La Iglesia no ejerce, como desgraciadamente puede hacer un poder tiránico. Garantiza la libertad de cada uno, insistiendo en que esta libertad está ordenada a la búsqueda de un bien que se fundamenta en el anuncio y la palabra de Cristo muerto y resucitado por nosotros.
Sylvain Gasser, asuncionista. Declaraciones recogidas por Sophie de Villeneuve en la emisión «Mille questions à la foi», en Radio Notre-Dame.